FUENTE: theclinic.cl |
Recopilamos
retazos de las vidas de los 4 chilenos muertos por hipotermia desde el sábado
hasta hoy martes a causa de la ola polar. Uno no tiene historia; sigue como NN.
Los otros pertenecen a un desconocido universo, cruzado por una constelación de
razones, que aquí explicamos.
¿Qué
hay debajo de esos cartones?
Un
muerto.
Un
hombre sin identidad, que amaneció sin vida en la mañana del lunes 4 de junio,
tendido en calle Exposición, en Estación Central, barrio de migrantes y
personas en situación de calle, tapado con sábanas y trozos de cartón. Quienes
pasaron por ahí alertaron a la policía pasado el mediodía. “Se descartó la
participación de terceros”, anota el parte policial y al difunto se le
identifica como NN.
La onda
polar que cruza el país, subió desde el sur, sesgando la vida de los más
vulnerables. En menos de tres días, dejó 4 muertos por hipotermia. Uno sin
identificar aún y los 3 restantes -todos de sexo masculino- sí tienen nombres y
apellidos. Estas son sus circunstancias.
El
sábado pasado, en el apacible Frutillar, en la Región de los Lagos, por la
mañana, cuando la temperatura marcaba -2,7 grados, transeúntes descubrieron el
cuerpo sin vida de Jaime Montiel Guerrero, de 43 años, padre de dos hijos a los
que casi no veía, ayudante de carpintería, hombre reconocido por su amabilidad,
la que no se alteraba con el consumo de alcohol, pero sí lo llevaba muchas
veces a quedarse botado en la calle. Murió de hipotermia, según indica la
autopsia hecha por el Servicio Médico de Puerto Montt.
Jaime
no era literalmente una persona en situación de calle. Tenía un domicilio en
Frutillar Alto, que compartía con sus dos hermanos -Hernán y Alejo, carpintero
avezado uno y con discapacidad a causa de un accidente el otro-, pero los
problemas con el alcohol hacían habituales sus desapariciones. “Se perdía por
dos o tres días”, comentan sus conocidos, los mismos que participaron del
triste velatorio y del entierro en el cementerio municipal de Pantanosa.
En
Santiago, el lunes 4 de junio a las 07:40 horas, carabineros de la 43ª
Comisaría de Peñalolén acudieron a la esquina de Río Claro con José Arrieta,
alertados por los vecinos.
Allí,
yacía el cuerpo sin vida de Juan Bautista Sepúlveda Veloso (67), quien se
encontraba en situación de calle. “No mostraba lesiones atribuibles a
terceros”, sentenció la policía.
Horas
después, a las 11:41, en calle Alberdi con pasaje Claudia, Quinta Normal, otro
hombre apareció muerto sobre un colchón, tapado con una frazada raída. Fue
identificado como Germán Antonio Gálvez Serei, de 31 años, el más joven de los
4 muertos por hipotermia y por vivir en la situación de mayor vulnerabilidad
imaginable: la calle.
CUATRO MANERAS DE ESTAR EN CALLE
En
2017, 15.518 personas con RUT distintos participaron de los programas para
personas en situación de calle del Hogar de Cristo, que es el mayor colaborador
del Estado para abordar la manifestación más cruenta de la pobreza y la
vulnerabilidad. La cifra supera los 12.255, número en que estima a esta
población el catastro oficial que data de 2011 y fue hecho por el Ministerio de
Desarrollo Social.
El
Registro Social de Hogares de 2017 indica que el 85% de las personas en
situación de calle son hombres, el 49% completó la educación básica, un 48%
duerme en la vía pública, el 43% se ubica en la Región Metropolitana, el 41%
llegó a la calle antes de los 18 años, la edad promedio es 46 años y el tiempo
promedio de permanencia en la calle llega a los 6 años y 9 meses.
“En un
sentido literal, la vida en calle es solo la característica más visible de una
constelación de carencias que se retroalimentan mutuamente: falta de
alimentación, vestuario e higiene, la ruptura de vínculos interpersonales
cercanos, la desvinculación de las instituciones sociales, desempleo o
inactividad, consumo problemático de alcohol y otras drogas, entre otros
aspectos que deterioran el cuerpo y la mente de quienes se encuentran en
situación de calle. Mientras que en algunos casos estas privaciones constituyen
una causa de la vida en calle; en otras, son más bien su consecuencia,
emergiendo una vez que la persona se encuentra en dicha situación”, indica la
Matriz de Inclusión Social del Hogar de Cristo. Otro dato relevante lo aporta
el Registro Social de Hogares: el 63% de las personas indica que la causa principal
de su situación de calle son profundas crisis o quiebres de pareja o
familiares.
Un
interesante Estudio de Caracterización Cuantitativa de esta población hecho por
el Hogar de Cristo en 2017, divide a las personas en situación de calle en 4
grupos de acuerdo al cruce de dos ejes: el tiempo que llevan en calle y las
redes con que cuentan. Así, están “los autosuficientes emergentes” (18,9%), que
viven entre 1 a 3 años en calle, pernoctando en la vía pública. Presentan baja
prevalencia de enfermedades y consumo de drogas y alcohol relativamente alto.
Es el grupo que presenta mayor concentración de personas menores de 40 años.
Tienen un bajo índice de uso de redes formales, pero presentan una mayor
búsqueda de ayuda en redes informales, como amigos y pareja, y mayor
convivencia con animales callejeros. Presentan una mayor proporción de
individuos que trabajan y tienen una mayor concentración de personas que
llegaron a la calle por consumo de drogas y problemas con la justicia.
Los “en
asistencia emergentes” (24,8%) llevan de 1 a 3 años en calle, pernoctando
principalmente en centros de alojamiento para personas en situación de calle o
residencias institucionales. Presentan una prevalencia de enfermedades
media-alta. Tienen mayores concentraciones de personas menores de 18 años y
mayores de 60 años. El índice de redes formales es alto, lo que explica en
parte su rasgo “en asistencia”. Tienen una mayor concentración de individuos
que viven con personas no familiares e individuos que reciben pensiones y subsidios.
Una mayor proporción dice haber llegado a la calle por problemas de salud.
“Los
autosuficientes prolongados” (30%) llevan más de 7 años en calle. Pernoctan
principalmente en la vía pública. Presentan una prevalencia de enfermedades
media y un mayor consumo de drogas y alcohol. Tienen mayor concentración de
personas entre los 18 y los 40 años y un bajo índice de uso de redes formales,
con una mayor búsqueda de ayuda de amigos y pareja, y mayor convivencia con
animales callejeros. Una mayor proporción trabaja, lo mismo que los que
llegaron a la calle por consumo de drogas, alcohol y problemas con la justicia.
Los “en
asistencia prolongados” (26,1%) llevan más de 7 años en calle. Su prevalencia
de enfermedades es alta. Tienen una mayor concentración de personas mayores de
60 años. Presentan un uso intensivo de redes formales, con un bajo índice de
redes informales. Tienen una menor proporción de individuos que trabajan y una
alta concentración de personas que reciben pensiones y subsidios. Una mayor
proporción afirma haber llegado a la calle por problemas de salud.
Algunas
conclusiones evidentes que surgen al cruzar esta información son que “las
personas en situación de calle no son todas iguales. Que cada una de ellas
esconde una historia particular y debe ser tratada de acuerdo a ella. Que la
calle daña y destruye el cuerpo y la mente y que existen personas en calle con
mayores posibilidades de reinsertarse y recuperar los derechos básicos que
tienen absolutamente vulnerados por su situación. Como señala una persona trans
que vive en calle desde los 10 años y que hoy tiene más de 40: “No es el frío
el que mata. A eso se puede sobrevivir. Es el desprecio, la discriminación y la
indiferencia”.